Creyeron que iba a hablar sobre las Secretarías federales que AMLO prometió repartir por todo el país y no ha cumplido, pero: no.
Hablo sobre la narrativa que se ha creado alrededor del mundo crypto: en esencia, que el hecho de utilizar cada vez más la tecnología blockchain va a transformar el Internet como lo conocemos ahora porque va a descentralizarlo; que, de ese modo, podremos sacudirnos el yugo de las Big Tech que dominan al mundo y que nuestra libertad individual como consumidore–, digo, ciudadanos globales por fin podrá encontrar su cauce y su causa.
Eso escaló muy rápido. Pero léanme.
El término “descentralización” se refiere a reducir o eliminar el poder que tienen sobre nuestras vidas aquellas entidades lo suficientemente grandes como para centralizar y ejercer el poder. Por ejemplo, los bancos centrales que toman decisiones y que nos impactan directamente, como subir las tasas de interés o imprimir más dinero; las grandes empresas tecnológicas cuya fuerza radica en la cantidad de usuarios y que, por eso mismo, resultan casi imposibles de evitar; o incluso las entidades gubernamentales que ejercen un poder autoritario gracias a que están arropados por la ilusoria elección popular y democrática.
Pero a pesar de sus vicios, ¿cómo se podría vivir sin entidades centrales que nos gobiernen a los humanos, sabiendo que somos imprudentes, irracionales y no de fiar?
El crypto ofrece una respuesta a este dilema hobbesiano. Es un sistema que, basado en la tecnología de las blockchains, garantiza y promueve la confianza entre los participantes al dejar evidencia inmutable de sus acciones y al ofrecer a todos un incentivo para que se beneficien de que el sistema funcione. En teoría, al menos.
Basta con comprender tres conceptos que existen gracias al crypto para ver con mayor claridad lo que propone en términos de confianza:
DAOs: es el acrónimo de las decentralized autonomous organizations, u organizaciones autónomas descentralizadas. De manera general, son nuevas maneras de organizar humanos en un sistema similar a una cooperativa, pero virtual. Cada miembro tiene poder de voto sobre las decisiones que toma el grupo dependiendo de lo que aporte a éste. Y la reputación de los miembros votantes queda registrada en la blockchain. Básicamente, en una DAO no podría haber juanitos.
DeFi: otro acrónimo, en este caso, de descentralized finance (finanzas decentralizadas). Son todas las compañías o proyectos montados en una blockchain (Ethereum, principalmente) que ofrecen soluciones relacionadas con finanzas sin, por ejemplo, la lentitud que tiene un banco tradicional o el engorro de lidiar con una aseguradora.
Smart contracts: contratos inteligentes posibles gracias, también, a la blockchain de Ethereum, estos se programan para que una cosa ocurra de manera automática como consecuencia de otra acción; por ejemplo, el pago de una regalía para un compositor en el momento en el que su pieza musical se reproduzca en cualquier rincón del internet. Adiós, Spotify. Adiós, YouTube.
Concido con que estos nuevos términos de moda, sumados a los NFTs, el metaverso y Bitcoin, están siendo sobre utilizados en las conversaciones de negocios, en los medios (perdón), en las sobremesas, e incluso en la cultura cotidiana. Vemos NFTs hasta del Dr. Simi y comerciales de exchanges de crypto en el Super Bowl. Existe un escepticismo comprensible alrededor de las criptomonedas y también de lo que puede llegar a transformar la Web3, aquel rebranding que le hicieron al crypto para contar la interesante historia de las tres etapas del Internet.
Pero la falta de confianza entre la propia humanidad es la que está impulsando este afán por quitarle a los poderosos el control sobre nuestras vidas. En un momento en el que el individuo es el eje de la cultura occidental –personalmente culpo a la obsesión con el consumidor que promueven empresas como Amazon y a la híper personalización que nació a partir de la industria de anuncios basados en algoritmos–, sí nos creemos personalmente capaces de manejar nuestros asuntos sin que un ente de poca confianza nos vigile.
La ilusión de que el crypto va a mejorar nuestras vidas porque va a regresarnos el control que sentimos perdido es, quizá, una falsa promesa. Pero en una semana en la que estamos a punto de ver estallar una guerra mundial, se evidenció la vena represiva de un gobierno que considerábamos tranquilo y nos enteramos que cosas como que el fraude financiero en apps de citas creció un 80% en 2021, sin duda es una ilusión muy atractiva.
💊 Tecnología
No estoy seguro de no ser un robot
Es normal pensar esto cada vez que una página nos pide verificar nuestra humanidad con la prueba del CAPTCHA (invento, por cierto, del también fundador de la app de idiomas Duolingo). Pero además de ceder ante el inevitable requisito, ¿no sienten también cierta pesadez emocional cada vez que visualizan estas imágenes? Un escritor se puso a desmenuzar las razones por las cuales muchos sentimos esto. La principal, y que yo desconocía, es que esas fotos raras de semáforos, camionetas y cruces de peatones no son tomadas por humanos, sino por cámaras de autos que se manejan solos. Es decir, las imágenes de la prueba para comprobar que no somos robots son tomadas por… robots.
💊 Redes sociales
TikTok; knock knock
Las empresas que ofrecen delivery de abarrotes en 15 minutos o menos están quemándose montañas del dinero de los inversionistas que traen detrás. Es estratégico como parte de su objetivo de atraer nuevos usuarios. Básicamente regalan cupones de descuento o con el costo de entrega gratis para que más usuarios refieran a nuevos aunque no todos se queden con el servicio. En la era de la escasez de dinero, desde hace tiempo TikTok se ha vuelto la plataforma favorita de quienes quieren aprovechar estos programas de referidos para vivir gratis aprovechando el hambre de expansión que tienen estas compañías. Centennials: 1; VCs: 0.
Un tuit que es un chiste pero que si quieres no es un chiste