Cada vez me aparecen anuncios o videos más extraños en Instagram. Aparatos de ejercicios para el suelo pélvico a la venta en Shein. Una copa de vino para tomar mientras te untas crema en las pantorrillas. La venta de un molcajete en la Venta Nocturna de Liverpool. Una guía de astrología azteca para comprender los sueños.
Más que reflejar mi edad, mis gustos o lo que busco en Google en momentos de ocio (y claro que estoy justificando mi historial de búsqueda), mi impresión es que estos anuncios raros están diseñados a propósito para forzarte, como usuario, a verlos. De ser así, es una señal que quizás comprueba la competencia que TikTok está representando para Instagram: la red social china es 6 años más joven pero ya casi la superó en número de descargas. Hay que competir por la atención, así que puede ser que lo que estemos por ver se ponga aún más extraño.
Ya es común vivir la saturación del contenido que consumimos en línea. Independientemente de la red social en la que uno prefiera pasar su tiempo, llega un punto en el día en el que queremos aventar el teléfono y mirar hacia otro lado; salimos a caminar si el privilegio lo permite, hojeamos un libro con pose intelectual, atendemos el pendiente que lleva cinco horas mirándonos con desaprobación. Pero el pulgar siempre vuelve para actuar con autonomía, dando scroll hacia todos lados, obligando a mirar de reojo mientas detrás se activan los esquemas de monetización para las marcas que corren sus anuncios y los creadores que suben lo que sea que ahora se etiquete como contenido.
No es que satanice la tecnología. Es, como lo explica con maestría Shoshanna Zoboff, que vivimos en una era del capitalismo a base de clics en la que cedemos nuestros datos privados a cambio de conveniencia, y las empresas más grandes son las que se llevan el botín. Los ads han dado vida al Internet como lo conocemos ahora. En 2021, el 74% del presupuesto publicitario colocado en Internet se destinó a Google, Meta y Amazon. Es casi el 50% del monto que ese año se gastó en publicidad en el mundo.
Pero si ya estamos saturados como usuarios en línea, conscientes de que lo que vemos está prediseñado, hartos y confundidos por el contenido que nos aparece, pero aún así renuentes a salirnos del Internet, ¿qué sigue? La vida frente a las pantallas a la que estamos destinados es evidencia de la genialidad maquiavélica de Mark Zuckerberg, quien está totalmente convencido de dominar el metaverso. Lo juzgamos ahora, burlándonos de las criptomonedas y los NFTs como token de propiedad digital, pero considerando cómo vivimos ahora, la migración hacia un mundo totalmente digital probablemente será un mero empujoncito.
Ya vivimos en línea, curando con cuidado todo lo que publicamos; creándonos, consciente o inconscientemente, una versión digital de nosotros mismos en la que decidimos mostrar ciertas cosas y omitir otras. Quizá pagar por un vestido virtual suena extrañísimo ahora, pero cuando todos podamos cambiarle de ropa a nuestra propia fotografía favorita y así evitarnos el tedio de tomar una reciente, tal vez lo hagamos con mucha más disposición.
Una vez convertidos al metaverso, ¿cómo viviremos ahí dentro? Tal vez será el escenario ideal para hacer lo que no nos atrevemos en la vida real por distintas circunstancias –tal vez, incluso, porque en carne y hueso estamos limitados por género o ubicación geográfica. Y sin embargo, ya se debate qué pasaría si somos acosados en el mundo virtual o la posibilidad de que tal universo daría pie a que los más temerosos de la responsabilidad sí queramos reproducirnos ahí dentro: una era de niños Tamagotchis.
Mi teoría personal es que Zuckerberg et al. ya hicieron tan buena labor deprimiéndonos en línea, complicando nuestras relaciones laborales e interpersonales y provocando caos en ambos mundos, que la opción de vivir en una alternativa falsa, donde no hay cambio climático ni limitantes físicas, terminará por ser atractiva. Aunque claro, una utopía digital de ninguna manera estaría carente de desigualdades económicas, particularmente cuando los proponentes más entusiastas del futuro del Internet tienden a ser hoy parte de las élites económicas y educativas.
Pero bueno, antes de que llegue la verdadera tecno–distopía, igual y sí termino comprando un molcajete en línea.
💊 Arte(ch)
Sí eres arte
Mientras que Sandra Cuevas, alcaldesa de la alcaldía Cuauhtémoc en Ciudad de México, ha decretado que los puestos callejeros eliminen sus rótulos distintivos y en cambio deban uniformarse con el horrendo logotipo de su administración, la estética mexicana pintada a mano ha sido siempre muy bienvenida en el mundo del diseño y de la moda. Una maravillosa pared rotulada, estilo anuncio de sonidero, apareció en las páginas digitales de Vogue en 2018 (foto No. 16. Quiero). El sitio educativo Domestika ofreció durante un tiempo un curso muy completo sobre rotulismo. Y hay una cuenta en Instagram que documenta los rótulos en el país. Francamente me sorprende que no haya salido algún colectivo NFT a capitaliza–digo, empoderar este arte (porque sí es arte) callejero, pero al menos se agradece que entre el acervo digital haya quienes busquen la permanencia y el respeto del oficio rotulista.
💊 Fintech
Crédito mortal
La compañía de armas que fabricó el rifle de asalto utilizado por el asesino en la matanza de Uvalde, TX, trabaja con una fintech llamada Credova. Su objetivo es ofrecer financiamiento para venta de armas en el formato “compra ahora paga después” (buy now pay later, or BNPL). Aunque Credova dice que un mínimo de ventas de armas se realiza con ese tipo de crédito, el hecho no sólo refleja la problemática facilidad con que se pueden adquirir en aquel país –y que explica el terrible récord de tiroteos en masa llevados a cabo por niños o adolescentes–, sino también cuánto ha permeado el sistema BNPL en la sociedad estadounidense. Aunque ofrece acceso al crédito de consumo, el 73% de los usuarios Gen Z lo han usado principalmente para comprar artículos de moda –y muchos ya han quedado muy endeudados.
La versatilidad de los Sanborns, mi tienda favorita en la historia, verdaderamente no conoce límites.